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14/04/2025
Fuente: telam
Admirador del Pato Fillol, Héctor Cassé aprendió a hablar y leía los labios a la perfección. Surgió en Gimnasia La Plata, pero se destacó en Temperley, donde se transformó en el héroe del ascenso a Primera en 1982
>Tras el sorteo protocolar, mientras se acomodaba los guantes, Héctor Jorge Cassé encaró hacia el arco de la tribuna donde se ubicaban los hinchas de San Lorenzo, que lo aguardaban con una sorpresa. Alambrado de por medio, los fanáticos rivales comenzaron a agitar los brazos siguiendo una coreografía, con una coordinación perfecta, al ritmo del clásico “Cassé, compadre...”. Pero no emitían sonido. El arquero no pudo contener la sonrisa, de alguna forma, agradeciendo la ocurrencia.
A los 9 meses una otitis mal curada le arrebató la porción mayoritaria de la audición. Pero lejos estuvo de claudicar ante sus sueños. Nació el 21 de junio de 1957 en Salliqueló, provincia de Buenos Aires, y sus papás, Raquel y Héctor, debieron encarar con amor un desafío mayúsculo en la vida familiar. El hermano mayor y la hermana menor del guardameta también sufrieron trastornos de audición. El del medio murió a los cinco años a causa de una leucemia.
“Los domingos, cuando salía del Instituto, me llevaban a la cancha. Soy hincha de River, de Alonso, de Fillol. Fillol es un gran amigo, me regaló su camiseta. Yo miré siempre a los arqueros... A Amadeo, fue el primero, después a Gatti y Fillol. River y Temperley... Los quiero”, comentó en una entrevista con la revista El Gráfico en 1985.
De La Plata se mudó a Temperley en 1986. En el conjunto celeste estuvo seis años y se convirtió en una leyenda. Hasta se ganó el cantito propio, el “Mudo corazón” atronó con más fuerza a partir del 21 de diciembre de 1982, cuando resultó la gran figura de la final por el ascenso a Primera contra Atlanta.
En el duelo de ida había sido victoria para el elenco del Sur por 2 a 1, con una sobria actuación del arquero, que resolvió más de media docena de chances de gol. En la vuelta, el Bohemio sacó un 1-0 que llevó la definición de la plaza en la élite a los penales que resultó agobiante: cada equipo pateó 26 penales. Cassé le tapó la ejecución a Enrique Hrabina y pasó a la historia de la institución, junto a un plantel que también integraban nombres como Hugo Issa, Mario Finarolli, Ricardo Dabrowski y un joven Darío Siviski.Se divertía a la par de sus compañeros con las bromas por su problema de audición. En Temperley, el ex zaguero Pablo Erbín le prestó su automóvil, con la condición de que lo ayudara a arreglarlo, porque supuestamente tenía trabada la bocina. El resto de los integrantes del plantel se tapaba los oídos, actuando un sonido permanente y ensordecedor. Cassé revisó los cables, abrió la bocina, siempre con paciencia, mientras sus colegas se reían a carcajadas. Hasta que detectó que había sido blanco del chiste. Y se sumó al coro de risas.
Dicho quedó, Ubaldo Matildo Fillol era su gran espejo, al punto que atajaba con un buzo que el Pato le había regalado. “Tuvimos una gran amistad, he ido a su pueblo, le he llevado flores a su tumba, lo he ido a ver cuando estaba enfermo. Era un ejemplo”, supo contar el arquero campeón del mundo en 1978.Tras el pico de rendimiento en Temperley, que ante sondeos de clubes grandes optó por declararlo intransferible, gesto que prueba su valía; pasó por Quilmes (también sumó un ascenso), Douglas Haig, Deportivo Maipú de Mendoza, Central Córdoba de Santiago del Estero, Belgrano de San Nicolás, Atlanta y Excursionistas (ya a mediados de los 90, en un intento de volver a la actividad). Murió en 2003 a causa de un tumor pulmonar: mientras la enfermedad se lo permitió, jugó con los veteranos de GEBA y trabajaba como remisero. Ya había dejado un testimonio imborrable: el de haber atajado todos los complejos para hacer historia.
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