Viernes 27 de Diciembre de 2024

12/12/2024

Las albañilas que reparan casas y capacitan a otras mujeres en construcción: “Antes este trabajo era cosa de hombres”

Fuente: telam

Valeria Salgado, Mar Alpuy y Yesica Paz integran “Obrar”, un grupo de mujeres formadas en albañilería, electricidad, plomería, aberturas y sanitarios. El proyecto engloba mucho más que construcción, con historias de vida que se entrecruzan y se potencian. Dos de ellas hablaron con Infobae: los prejuicios en torno al oficio y cómo lo superaron

>Valeria Salguero tiene 38 años, es madre de tres hijos, y creadora del proyecto Obr Ar Constructorxs, un grupo de mujeres albañilas -como ellas mismas se definen- que hacen todo tipo de refacciones. Desde que era adolescente ayudaba a su mamá en los arreglos de la casa, pero nunca pensó que la albañilería fuese una opción laboral para ella, ni mucho menos que cambiaría no solo su vida, sino también la de cada una de las compañeras con las que trabaja. Durante 15 años trabajó como peluquera y en medio de la pandemia se animó a cambiar de rubro de manera radical, luego de completar su formación en electricidad, plomería y sanitarios. Más adelante se sumaron Mar Alpuy y Yesica Paz, y actualmente las tres conforman la cuadrilla que se dedica a mejorar casas, cumplir sueños, y poner en acción todo lo que saben hacer. Las redes sociales y las excelentes referencias hicieron el resto. En diálogo con Infobae cuentan su historia y reflexionan sobre los prejuicios en torno al oficio, sus metas y los desafíos que superaron.

“Cuando yo era chica mi mamá también hacía albañilería, pero lo hacía porque teníamos necesidad de arreglar la casa; mi papá tenía un trabajo de oficina, no sabía agarrar un clavo y se nos venía la casa abajo”, relata. “No teníamos recursos para pagarle a alguien, entonces mi mamá, que en realidad limpiaba casas, hacía todo lo que podía y mis hermanos y yo éramos sus ayudantes: le cargábamos el cemento, la arena, mientras revocaba paredes; pero nunca trabajó de eso, solamente era por necesidad”, agrega.

Esas vivencias quedaron selladas en su recuerdo, y le dejaron muchos aprendizajes. “Cuando fui mamá de mi primera hija y me tocó hacerme cargo de mi casa me pasó lo mismo, que mi marido no sabía hacer nada y yo no quería repetir la historia”, confiesa. Después de atravesar una separación y una mudanza, recomenzó y tiempo después se encontró a sí misma en una situación similar. “Me puse en pareja con otra persona, y nos pasó que estuvimos casi dos años sin luz en una habitación porque ni yo ni él teníamos idea de electricidad, y en medio de la cuarentena me apareció un aviso en Facebook de un curso semipresencial de electricidad y me anoté”, revela.

Ese primer paso fue fundamental, y no bien incorporó los conocimientos lo primero que hizo fue darle luz a ese cuarto que estaba a oscuras. Después fue por más y agregó una térmica, disyuntor y cuanto enchufe pudo. “Me gustó tanto esa experiencia que ahí busqué trabajo de construcción por primera vez en mi vida, y conseguí en una empresa constructora, que fue mi primer trabajo en blanco, y me enseñó muchas más cosas”, dice con entusiasmo. Luego se unió a una cooperativa que hacía arreglos en las escuelas, una etapa que la llenó de satisfacciones por la gratitud que le expresaban los alumnos. “Cuando la cooperativa se disolvió ahí recién empecé a trabajar sola, y ese fue el inicio de Obrar, de la mano de Albañilería cosa de mujeres, una serie de capacitaciones que comencé hace más de dos años”, detalla.

Cuando abrió la convocatoria a las capacitaciones la demanda era más de la que imaginaba. “Son variados los motivos por los que se anotan, algunas vienen a estudiar no por necesidad sino porque les gusta, o porque quieren aprender para hacerlo en su propia casa; mientras que otras vienen a capacitarse porque quizás nadie las dejó en algún momento opinar, meterse, ni preguntar”, enumera. Justamente en uno de esos cursos fue que conoció a Mar, que tenía algo de experiencia previa en construcción, porque su expareja hacía piletas de hormigón, pero nunca había podido adentrarse de lleno ni formarse de manera profesional.

No tenía trabajo, el lugar donde se dictaban las clases le quedaba lejos de su casa y tampoco tenía con quién dejar a los chicos. “Era más el sacrificio que implicaba para mí que lo que iba a recibir a cambio, porque por ahí me daba una salida laboral a futuro, como capaz no. Pero tenía tantas ganas de ir que le expliqué a mi familia lo que me estaba pasando, que si aprendía lo que me faltaba me iba a servir para hacer mi propia casa, que empezar de nuevo a los 30 con tres criaturas no iba a ser fácil, y por suerte me entendieron, me apoyaron y pude ir”, narra Mar. Entre risas se acuerda de que la primera vez que asistió se presentó como si fuese una entrevista de trabajo, se planchó el pelo para ir, se puso botas, y terminó usando un rotomartillo.

“Me di cuenta de que en mi caso el mayor prejuicio lo tenía yo, que antes cuando trabajaba con piscinas a mí me daba cosa meterme a la pileta, porque sentía que me iban a mirar mal, y antes de que si quiera me observaran o me dijeran algo yo me iba; entonces lo primero es romper con eso, y después fluye y los demás también se dan cuenta de que no estás haciendo nada malo”, indica. Ambas coinciden que a nivel social el oficio está asociado fuertemente a una labor masculina, y durante la infancia a ninguna de las dos se les ocurría la idea de trabajar como albañilas.

“También nos han preguntado si cobramos menos por ser mujeres, y por supuesto que no, cobramos como cualquier albañil, el mismo precio; no tenemos por qué bajarlo por ser mujeres”, cuenta Valeria. Dudar de la fuerza física, decirles que lo que hacen “es cosa de hombres”, que es un trabajo peligroso, “que les quita feminidad”, “que dejan de ser mujeres por arremangarse, e incluso preguntarles por su orientación sexual, son algunas de las situaciones que afrontaron. “Es un espacio que toda la vida nos dijeron que no nos correspondía, y por eso algunos se asustan al principio, o les agarra mucha curiosidad, pero nosotras nos capacitamos muchísimo, y hemos hecho trabajos mixtos, nos han contratado hombres, y en muchos otros trabajos hemos estado completamente solas”, comenta Mar.

Los pedidos de presupuestos empezaron a aparecer, pero al principio Valeria no se animaba a encarar sola esos proyectos, y se daba cuenta de que necesitaba más compañeras, y ponerle un nombre al proyecto para lanzarlo oficialmente. “Durante bastante tiempo le pasaba trabajo a un contratista, y le fue tan bien que hasta cambió su auto, gracias a todos los laburos que le fui pasando; y estaba clarísimo que se nos estaba escurriendo el agua entre los dedos”, rememora. “Contratan hombres porque no hay mujeres para trabajar, y así es como surge la necesidad de crear Obrar”, sostiene.

Se remonta a la elección del nombre, que le pareció corto, fácil de memorizar, con personalidad, y sobre todo, con un sentido, porque siguen obrando en función de sus metas todos los días. “Después había que crear un logo, que por lo generar en el rubro de la construcción suele ser una mano alzada, un casco, y no queríamos que fuese la figura de una mujer atravesada por una herramienta porque quizá representaba más al feminismo que lo que nosotras hacemos”, analiza. Y agrega: ”Creo en el feminismo, pero tampoco soy una feminista radical porque creo que los extremos son todos malos, y no puedo ser antihombres, menos aún cuando tengo un hijo varón y un esposo”.

La búsqueda de algo que las identificara y fuese digno llegó a su fin cuando Valeria les contó una anécdota. “Un día una clienta a la que estaba haciendo los pies cuando todavía era peluquera me dijo: ‘¿Sabías que las albañilas realmente existen? En la naturaleza son las abejas, porque ellas son las que construyen su propia colmena, y echan al macho, al zángano, para poder construir’, y nos gustó la idea así que una compañera que dibujaba creó el logo e hizo el diseño propio”, revela. De ahí en más todo empezó a crecer, desde la cantidad de seguidores hasta los currículums de otras mujeres que les pidieron sumarse al proyecto.

“Hace poco hice una habitación casi desde cero, desde la mitad donde van las ventanas hacia arriba, algo que había hecho muchas veces, pero siempre con otras personas, y estoy chocha porque lo pude hacer todo sola esta vez”, revela Mar, que no solo está agradecida por la oportunidad sino que además está contenta de que en menos de dos años su situación económica mejoró y pudo salir adelante junto a sus tres hijos. “Para mi fue como tocar el cielo con las manos cuando Vale me dijo: ‘Vení a laburar conmigo’, y empecé a trabajar a esto no por porque no tenía otra cosa, sino porque quería laburar de esto, porque hoy es una opción, y no una obligación. Realmente estamos haciendo esto porque queremos”, sentencia.

Aunque las tres son de distintas localidades -Valeria es de William Morris, Yesica de Hurlingham y Mar de Pilar-, van de un transporte público al otro, con sus mochilas al hombro, donde guardan todas las herramientas. “A donde podamos llegar con la SUBE, ahí vamos, porque no tenemos movilidad propia, pero si hay que llevar algo más pesado como escaleras o materiales, tenemos un servicio de traslado, que obviamente nos cobra, y corre por cuenta del cliente”, indican.

El mayor orgullo de las tres integrantes de Obrar son sus hijos y el apoyo que les brindan cuando llegan a sus casas. “Ellos son mi motivo para volver a casa, mi familia, y por eso soy muy cuidadosa con el trabajo, porque hacemos trabajos de riesgo, pero siempre con un sexto sentido arácnido y todas las preocupaciones, sabiendo que tenemos que volver porque nuestros hijos nos están esperando”, dice Valeria. “Nos cuidamos un montón entre nosotras, porque todas somos mamás, así que nos turnamos y nos cubrimos cuando alguna tiene una actividad en la escuela, los actos de los chicos, llevar a los nenes al médico, atentas a la necesidad de la otra”, expresa.

Valeria tiene una hija de 20, otra de 9 y un nene de 8, y los tres se emocionan cada vez que la ven en entrevistas en la televisión o en alguna nota periodística. “Entre la más grande y la segunda nena estuve mucho años buscando, pero después cuando finalmente tuve a la bebé a los dos meses de nuevo quedé embarazada, así que casi que tuve mellizos, y son unos enamorados de lo que hago, además de ser re cholulos, y cuando vuelvo del trabajo me aplauden, me preguntan qué hice, a qué casa fui, se re involucran”, asegura enternecida. Mar también cuenta que para sus hijos fue un cambio grande verla en esta faceta, y requirió de una adaptación como familia, pero no hay un día que no agradezca el trabajo que tiene. “Nos llevamos muy bien las tres, y nos complementamos, por ejemplo, yo había hecho un curso de community manager y se necesitaba ayuda con las redes, así que lo primero que hice fue subir más contenido al Instagram, y así fuimos creciendo de manera orgánica”, celebra.

Cada una, además, está en proceso de construcción de sus respectivas casas, y entre ellas siempre se dan una mano. “Vamos un día a lo de Yesi, hacemos algo ahí, avanzamos con lo que necesita, otro día a la mía y después a la de Mar, y así somos, siempre tejiendo red”, asegura la creadora de Obrar, que tiene “un don oculto”, como suele decir, que es una hermosa voz con la que canta canciones cada vez que puede. En ocasiones especiales las sorprende y agarra el micrófono para interpretar algunos covers. Como en todo lo que hace, se propone alegrar los corazones de sus compañeras, a puro ritmo y sonrisas. Esa es la esencia del proyecto, la empatía para combinar la vida profesional con la familiar, algo que no encontraban en otros ambientes laborales y se encargaron de construir ellas mismas. Obrar es poner al servicio lo que saben y potenciarse mutuamente para superar las barreras culturales y actuar con la herramienta infalible del ejemplo.

Fuente: telam

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