Jueves 26 de Diciembre de 2024

30/11/2024

¿Por qué 46 años después el Mundial 78 sigue generando tanto interés? Mitos, discusiones y verdades incómodas de un evento cuestionado

Fuente: telam

En junio de 1978 y con la dictadura de Videla en su apogeo la selección Argentina se consagró por primera vez como Campeón del Mundo de Fútbol. Fue la primera estrella pero fue desvalorizada por el entorno de represión, tortura y muerte en el que se jugó el torneo. La Madres de Plaza de Mayo y la amplificación de las denuncias por violaciones a los derechos humanos gracias al fútbol

>El Mundial 78 es generador de debates airados, enconos, sospechas y defensas encendidas desde hace 46 años. El interés que provoca no se apaga. Una prueba de ello es la repercusión que está teniendo Argentina 78, la serie documental de cuatro episodios que estrenó esta semana Disney+. La obra fue escrita y dirigida por Lucas Bucci y Tomás Sposato y está basada en 78. Historia Oral del Mundial, un libro de mi autoría.

La pregunta clave es: ¿Cuáles son los motivos que hacen que el Mundial 78 siga movilizando, interesando, a la gente, que hacen que las posturas casi no conozcan términos medios?

Ese proceso de mitificación, de cristalización de verdades aparentes, de manera inevitable, acarrea malentendidos, exageraciones, deformaciones y falseamientos. Así los hechos históricos quedan relegados, ocultos tras esa maraña de inexactitudes que de a poco van desviando el eje. Estos movimientos telúricos que provocan los choques entre la historia, la memoria, la divulgación y la coyuntura política van generando nuevas versiones de viejos sucesos. La discusión pública se centra en esas afirmaciones y no en lo que efectivamente sucedió.

Una enumeración de algunos (no todos) de esos mitos: el Mundial fue una cortina de humo para tapar los crímenes de la dictadura, los argentinos movilizaron las campañas de boicot en Europa, en el exilio no se deseaba el triunfo de la Selección, los partidos se vieron en colores por la televisión local, hubo silbidos a Videla en los estadios pero los medios no los comunicaron, la salida de Maradona provocó polémica y quejas, estaba prohibido criticar al equipo, Menotti estaba blindado mediáticamente, la gente salió a la calle como una manera de resistencia a la dictadura, Carrascosa renunció en disconformidad por el rumbo político del país (y los otros diez motivos con las que se intentó explicar su dimisión), las únicas voces disidentes al campeonato provinieron del exilio y del rock -ni uno ni lo otro-, varios jugadores holandeses y suecos visitaron a las Madres de Plaza de Mayo, Johan Cruyff y Paul Breitner se negaron a asistir en repudio a los militares, la dictadura lanzó en ese tiempo la campaña “Los argentinos somos derechos y humanos”, los holandeses no aceptaban recibir la copa de manos de Videla, los militares eligieron los estadios y las sedes para favorecer a los clubes con los que tenían simpatías, la Selección tenía un juego vistoso y menottista, los árbitros favorecieron a Argentina en cada partido, Perú jugó de igual a igual, Perú fue sobornado con un gran cargamento de trigo. Y muchos otros más.

La obtención del título provocó una enorme fiesta popular. Pero mientras la sociedad fue asumiendo la magnitud de los crímenes cometidos por el Proceso, el Mundial fue perdiendo su brillo primigenio. Los mojones fueron el final de la Guerra de Malvinas -el final de la otra aventura nacionalista de la Dictadura-, las revelaciones sobre los detalles de la represión, la llegada de la democracia, el título mundial del 86 con Maradona -con otra Copa del Mundo para blandir ya se podía denostar el anterior-, la labor diaria y paciente de las organizaciones de derechos humanos para generar consciencia, el pensamiento monolítico instaurado en la primera década kirchnerista. De esta manera, el Mundial 78 se convirtió en un fantasma espeso. Una sombra inasible, maldita.

Una obviedad: es imposible contar el Mundial sólo desde su aspecto futbolístico. El contexto político y la vida cotidiana de la sociedad de esos días conforman un entramado indisoluble con el hecho deportivo. También sus implicancias económicas. Conviven de esta manera, la decisión de la Junta de continuar con la organización, la situación de los detenidos-desaparecidos, los intentos por desplazar a Menotti, la dificultad para comprar las entradas, las Madres de Plaza de Mayo, la convocatoria de Norberto Alonso, el nacionalismo rampante, los partidos en pantalla gigante y a color, los goles de Kempes, el frío y la erradicación de las villas, el partido con Perú, el yeso de Van der Kerkhof. Estos elementos se entremezclan y brindan una visión tridimensional de ese tiempo.

El Mundial fue un estado de excepción. Los de junio del 78 no fueron los días habituales de la dictadura. Se siguió viviendo bajo las mismas reglas generales (estado de sitio, restricciones a las libertades, censura, temor, similar ritmo de desapariciones que los meses previos), pero esos 25 días no se parecieron en nada a los casi tres mil restantes. Se hace imposible explicar el Mundial sin la dictadura, pero, también está claro, que es imposible explicarlo sólo desde la dictadura.

Los militares recibieron y continuaron con una organización que pasó por siete presidencias anteriores, de Illia a Isabel Perón. Todas las que estuvieron desde 1970 en adelante declararon el tema como prioritario. Casi nada se hizo hasta fines de 1975. Y muy poco estaba hecho a fines de marzo del 76. El EAM 78 tomó a su cargo la organización, dejando a la AFA en un lugar meramente protocolar, y en tiempo récord puso en marcha y terminó las obras más importantes. Su capacidad logística, debe ser dicho, fue excelente. Cuando muchos observadores extranjeros estaban preocupados por los tiempos escasos, los argentinos sorprendieron y culminaron todos los estadios, el centro de televisión color y mejoraron las telecomunicaciones. El costo de estas obras urgidas fue demencialmente alto. Se gastaron alrededor de 700 millones de dólares de la época. Sólo para tener una referencia: cuatro años después, España siendo anfitrión de 24 equipos (ocho más que en el 78) y con 17 estadios en 14 ciudades (sólo construyó uno nuevo pero los otros 16 tuvieron importantes remodelaciones) gastó 150 millones de dólares. Esa sola diferencia de dinero utilizado y que nunca haya habido rendición de cuentas de los gastos del EAM 78 hablan de las irregularidades en todo el trabajo de organización e infraestructura.

El Mundial era un innegable anhelo popular que concretaron los militares. Afirmación incómoda pero cierta. Lo que los motivó no fue cumplir un deseo postergado a la población (anhelo que existía). Los comandantes y el resto de los funcionarios de primera línea respondían que organizar el Mundial era “una decisión política”. La apuesta inicial del Proceso estaba centrada en una impecable organización, en el orden y la buena conducta de los ciudadanos. Proyectar una buena imagen al exterior. Hacia allí se dirigían las machacantes campañas públicas y las alocuciones de los periodistas afines. A pesar del entusiasmo del público y de varios medios de comunicación, no había demasiadas esperanzas en el éxito deportivo. Por eso desde los titulares de la prensa y las declaraciones de los comandantes se insistía con el “Argentina ya ganó” desde el mismo instante en que finalizó la ceremonia inaugural. Los antecedentes argentinos en los mundiales anteriores no alimentaban la ilusión. Cuando el campeonato fue avanzando, los triunfos llegaron y las manifestaciones eran cada vez más populosas, los militares ampliaron su ambición y vieron como posible y deseable que Argentina fuera campeón del mundo.

El Proceso hasta junio del 78 era un régimen totalitario, represivo, que había llevado adelante una matanza clandestina y que gobernaba a masas silenciosas. El Mundial produjo un quiebre. Un elemento más se agregó y ya no salió del menú de la dictadura hasta después de la derrota bélica de Malvinas. Se podría afirmar que se trató del primer hecho fascista del Proceso: masas enfervorizadas en las calles y propaganda política.

Esto podría ponerse en tela de juicio al sostener, con fundamento, que esas manifestaciones no expresaban una explícita adhesión al gobierno, sino que eran meras demostraciones festivas futbolísticas. Los elementos que terminan de configurar el hecho fascista son varios pero resaltan principalmente tres: el intento de aprovechamiento de la aparición de las masas movilizadas por el fútbol, el unanimismo y el nacionalismo rampante.

Se ha sostenido: “mientras se gritaban los goles en el Monumental, a menos de quinientos metros de ahí se torturaba gente”. Si deseamos ser estrictamente precisos, y algo cínicos, podríamos afirmar, con la misma dosis de verdad que la frase anterior, que los goles se gritaban en el estadio y en la ESMA. Entender esa complejidad, o tan solo admitirla, ayuda a comprender lo que causó el Mundial. Los detenidos clandestinamente sufrían las torturas, la incertidumbre por su vida, eran vejados constantemente, pero los partidos eran un oasis. Pequeño y pasajero. Era un momento en el que se dejaba de torturar y se recuperaba por noventa minutos la ilusión. Otros casos: los grupos de boicots europeos no tuvieron argentinos en sus filas, los exiliados festejaron el título por las calles de las ciudades que los habían acogido, los Montoneros estaban a favor de la realización del torneo: su eslogan principal fue “Argentina campeón, Videla al paredón”. O Hebe de Bonafini recordando que mientras ella lloraba en la cocina, el marido gritaba los goles en el living. El poder del fútbol. No por los mismos motivos, pero (casi) todos apoyaban el campeonato y deseaban que la Selección triunfara. Eliminar esta realidad de los análisis impide ver el cuadro de situación de manera completa.

Si como todo el tiempo repetían sus jerarcas, el Proceso decidió organizar el torneo para mejorar o cambiar la imagen del país en el exterior (para ser estrictos: de su gobierno), el Mundial terminó siendo un fracaso colosal para ellos porque todo el mundo -literalmente- comenzó a prestar atención a la Argentina. Y los crímenes de estado, hasta ese momento ignorados por muchos, encontraron en el Mundial la más enorme e inesperada propaladora. El Mundial, en vez de tapar los crímenes tal como se sostiene, amplificó las denuncias por las violaciones a los derechos humanos. En el resto del mundo no funcionó como una gran cortina de humo, sino como vidriera de atrocidades. Las Madres de Plaza de Mayo lograron, con sus marchas de los jueves -hubo una el día de la ceremonia inaugural, en la ciudad desierta- que su lucha sea conocida en el exterior gracias a las notas de los periodistas europeos. Las campañas de boicot en los países de Europa no consiguieron que ningún equipo dejara de participar en el campeonato. Pero estuvieron lejos de fallar. Difundieron de manera eficaz, y con progresión geométrica, el caso argentino en todo el mundo.

Los periodistas extranjeros que viajaron a cubrir el torneo, entre la información que circulaba por Europa y las denuncias que les habían acercado los días antes de su viaje al país, esperaban una ciudad gris, sombría. Un paisaje de trincheras, militarizado, en el que sería necesario esquivar bombas y balaceras para llegar a los estadios. Al no encontrarse con este panorama, su opinión, en líneas generales, fue más positiva y elocuente que la esperada. Pero la difusión de los crímenes de estado ya estaba lanzada gracias al efecto propagador del fútbol. Lo que el fútbol toca, para bien o para mal, sale de las sombras y adquiere visibilidad, relevancia y difusión.

El fútbol, en especial en estas latitudes, desquicia todo lo que roza. En un país desquiciado, en un tiempo más desquiciado todavía, llegó el Mundial. La ecuación sólo podía tener un resultado: desquicio al cubo.

Los principales postulados sobre el Mundial 78 están fosilizados. Cada vez que algún intelectual, periodista o político se refiere al tema lo hace con alguna de las frases que integran el blindado catálogo de lugares comunes con que se habla en la discusión pública del campeonato. Los análisis son impermeables a nuevos puntos de vista, a evidencia novedosa u olvidada. El Mundial como estigma. Como lo disfrutamos tanto, como se festejó de una manera desmesurada, ahora lo criticamos con furia, denostamos a los que participaron, negamos haber festejado. El Mundial como aberración. Nuestra sociedad no sabe de términos medios. Es una época en la que los prejuicios le ganan a la verdad histórica. Para muchos se trató del clímax del Proceso y bajo ese prisma debe juzgárselo. Otros, en cambio, creen que fue el único momento de felicidad, un breve interregno de 25 días, en ocho años -del 74 al 82- de dolor, sangre, oscuridad y muerte.

Los jugadores sufrieron esta situación durante años. Ahora, el paso del tiempo provocó un cambio. Algunos ya murieron, otros están grandes y son mirados con mayor cariño, con una mirada más piadosa y justa. Ya no son tratados –insólitamente- de colaboracionistas. Otro factor que ayudó fue el título en Qatar: la Tercera Estrella integra un linaje, una tradición y revaloriza las dos anteriores.

Resulta insuficiente analizar alguna de las facetas de esos días de junio de 1978 prescindiendo de las demás. Conforman un entramado. Las incidencias futbolísticas, las cuestiones políticas, el sufrimiento de los perseguidos, el fenómeno social y el contexto cultural se entrecruzan permanentemente. En ese juego de equilibrios, de concordancias y de contradicciones, de alegrías y dolores, de vida cotidiana y excepcionalidad, -todo esto podía darse simultáneamente- está la verdadera naturaleza del Mundial.

Fuente: telam

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