Martes 29 de Abril de 2025

11/11/2024

La belleza de la semana: representaciones de la locura en el arte argentino

Fuente: telam

Segunda parte de cómo se representa a las personas con trastornos mentales, esta vez de pintoras y fotógrafos, con obras de Mariette Lydis, Aída Carballo, Emilia Guitérrez, Sara Facio y Alicia D’Amico y Eduardo Gil

>¿Cómo darle forma a lo inerrable, a lo oculto, a lo diferente, a aquello que, por siglos, nació para ser invisibilizado?. EnPero antes de ingresar a las representaciones, un breve repaso de la historia de lo relativo a la salud mental que otorga el contexto para comprender dentro de qué espacios y tiempo se realizaron las obras. En ese sentido, lo ocurrido en Argentina no difiere demasiado, en sus inicios, a los mandamientos iluministas y liberalistas que se aplicaron en Europa, en lo que Foucault llamó el Gran Confinamiento, cuando las personas comenzaron a ser sistemáticamente institucionalizados.

Desde la fundación del Estado Nacional en 1853 se establecieron instituciones como asilos y hospitales psiquiátricos, y ya con el primer gobierno peronista, con la creación del primer Ministerio de Salud en 1949 bajo la dirección del Dr. Ramón Carrillo, comenzó una fuerte presencia estatal y un enfoque en la redistribución de recursos, y se propuso un cambio en el tratamiento de los “enfermos mentales”, promoviendo su atención en hospitales generales y la creación de Centros de Psiquiatría Preventiva.

En este recorrido argentino, aparecen espacios como el Melchor Romero, el Borda, en algunos casos a través de dibujos o pinturas, otras en fotografía, que revelan que los intereses, en el fondo, tenían una perspectiva humanista.

“Lo que más me fascina son sus ojos, esas ventanas vacías que dan sobre la nada. Me hundo en ellas para descubrir algo. Son ciertamente ojos humanos de preciosa materia translúcida y conmovedora. Es sólo que la chispa está ausente....”, escribió en una carta Y es que los ojos son una de las señas inconfundibles en la pintura y los dibujo de la artista que tuvo una vida y obra asombrosa. Ahí allí, ese vacío, esa ausencia, y por ende una incógnita que permite que, el observador, pueda perderse y mirarse a si mismo dentro de ellos.

Lydis sentía una extraña fascinación por los seres marginales, de prostitutas y vagabundos a enfermos mentales, a quienes comenzó a retratar en 1923 cuando vivía en Atenas. En los países que vivió asistía a los hospicios de alienados para retratarlos: Sainte Anne (París), en Mombello (Milán), luego Marruecos y en Argentina el Melchor Romero (Instituto Neuropsiquiátrico Alejandro Korn, su nombre oficial), donde también fotografiaba a los internos para representarlos en su estudio.

Nacida en el época de oro de Viena como Marietta Ronsperger, se casó con el empresario Julius Pachhofer-Karny (de quien nunca habló), enviudó rápido, luego con el industrial griego Jean Lydis, se separó y comenzó su carrera artística en Berlín. Entre tanto recorrió parte de Europa y luego lo seguiría haciendo hasta asentarse en Buenos Aires: Rusia, Grecia, Francia, Londres y más.

Durante su estancia en París, entre 1926 y 1939, alcanzó el reconocimiento en las galerías de Montparnasse. Sin embargo, la amenaza de la Segunda Guerra Mundial la llevó a abandonar Francia y tras pasar por Londres emigró a Argentina en 1940 tras casarse con el Conde Giuseppe Govone, a quien había conocido en París en 1924, quien falleció en 1948.

Sostuvo que sospechaba su interés por los marginados surgió a partir de la relación que tuvo con sus hermanos mayores en Austria, Edith y Richard. La primera tenía “una deformidad física, de esas que transforman nuestra existencia”, mientras que el varón era “retrasado y deforme”, a quien mantenían alejado ya que le temía y que en algún momento lo internaron y nunca volvió a verlo.

Los alienados “muestran toda la gama de las pasiones humanas vistas a través de una lupa: su indiferencia total por el mundo exterios, su apatía, pero también su libertad de movimientos, de gestos, de expresiones o, al contrario, su inercia. Cada uno vive en un mundo aparte, rigurosamente hermético para su vecino. Todo ese me provoca un shock, una pena, una perturbación tan grande, una emoción tan viva, que conmueve mis fibras más profundas. Hay algunos que son como animalitos, dóciles y buenos, otros, de una brutalidad, de una crueldad, sin barreras”.

Aída Carballo dejó un legado significativo en el mundo del arte a través de su trabajo como grabadora, dibujante, pintora surrealista, ilustradora y ceramista. Nacida en Buenos Aires en 1916, Carballo estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación Ernesto de la Cárcova, donde fue alumna deA lo largo de su carrera, Carballo recibió numerosas distinciones tanto en Argentina como en el extranjero. En 1982, fue galardonada con el Premio Konex en la categoría de grabado, y además, participó en eventos internacionales como la Bienal de México y vivió en Francia entre 1958 y 1960.

La vida personal de Carballo estuvo marcada por desafíos, especialmente tras la muerte de su padre, Raúl Carballo, un diputado socialista, en 1952. Este evento desencadenó una serie de internaciones en hospitales psiquiátricos, lo que influyó en su obra y en su vida personal. A pesar de estos obstáculos, continuó produciendo arte que resonó con un público acotado.

La Serie de los locos está compuesta por cinco litografías, fue editada por la Mesa de grabadores en una tirada limitada de 50 copias, y fue reconocida por la Asociación de Críticos de Arte como la mejor de la temporada. Una de las litografías muestra a un grupo de mujeres internadas en un manicomio, reunidas en el jardín y separadas del exterior por un alambrado en una escena Bruegheleana.

En el primer plano, una figura agita sus brazos, sosteniendo un garrote y un objeto que parece dispuesto a lanzar hacia un personaje misterioso vestido de negro, subido a un banco. Este personaje evoca al protagonista del cuento “El ‘Definitivo’” de Leopoldo Lugones.

Carballo falleció en Buenos Aires en 1985 debido a una descompensación diabética. Su legado artístico ha sido celebrado póstumamente con varias retrospectivas, incluyendo una en el Fondo Nacional de las Artes en 1990 y otra en el Nacional de Bellas Artes en 1996. Hace poco tiempo, el Museo de la Cárcova presentó la muestra Emilia Gutiérrez dejó de pintar entre 1975 y 1977, según la fuente, debido a alucinaciones visuales provocadas por la pintura, según se le recomendó en su tratamiento psiquiátrico. Esta artista argentina, nacida en Buenos Aires en 1928, dedicó sus últimos años exclusivamente al dibujo hasta su fallecimiento en 2003.

Oriunda del barrio de Flores, fue criada junto a sus hermanas por su abuela materna, Esperanza, debido a la enfermedad mental de su madre. Su padre, Emilio Gutiérrez, era comerciante y viajaba con frecuencia. Desde joven, Emilia mostró interés por el arte, iniciando sus estudios en la Fernando Fader y durante este periodo, conoció al pintor Demetrio Urruchúa, quien se convirtió en su maestro.

Durante los ‘50, trabajó como diseñadora gráfica en la Editorial Codex y colaboró con artistas como Silvina Ocampo y Antonio Abreu en un espacio habilitado en la casa de su abuela. En 1953, se casó con el artista Oscar Díaz, con quien viajó por América junto al peruano José Sabogal, pero el matrimonio terminó en 1958.

Su obra se mantuvo al margen de las tendencias conceptuales, pop y neofigurativas que dominaban el panorama artístico de la época. La artista describía su proceso creativo como un estado especial y difícil de alcanzar, una forma personal de sentir que resultaba en “exaltaciones de la forma”.

“El trabajo pictórico de Gutiérrez recorta el espacio desdoblado de seres solitarios o incomunicados representados en interiores ante los elementos de un orden siempre sombrío o siniestro. Predominan en su pintura una paleta de colores terrosos y azules de tono claro que a veces desvía hacia detalles textiles en sus representaciones de manteles, ropa y cortinas”, escribió Gabriela Rangel, ex directora del Malba, para la muestra Rafael Cippolini, curador de laEl 26 de marzo de 1976, dos días después del golpe militar en Argentina, se publicó Humanario, un libro hoy inhallable que combina la fotografía y la literatura de manera única. Esta obra, que incluye textos de Julio Cortázar y fotografías de Sara Facio y Alicia D’Amico, fue censurada durante el régimen de Videla.

En 1966, Facio y D’Amico emprendieron un proyecto fotográfico por encargo del Ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires, con el objetivo de documentar el estado del Hospital Psiquiátrico José T. Borda. Este trabajo buscaba evidenciar el deterioro de las instalaciones para justificar un aumento en el presupuesto destinado a su mantenimiento y mejora.

Este trabajo fotográfico se convirtió en un testimonio crucial de la época, revelando no solo el estado físico de los hospitales, sino también la necesidad de una atención más humana y digna para las personas que allí residían. Las imágenes se agrupan en tres secciones: mujeres, hombres y jóvenes. Aunque fueron impresas una década después de ser tomadas, el libro tuvo que esperar casi diez años más para ser conocido públicamente.

En una entrevista de 2007, Facio relató que el proyecto se gestó cuando con D’Amico llevaron las fotografías a París en 1970 con la intención de que Samuel Beckett escribiera los textos. Sin embargo, debido a la hospitalización de Beckett en un psiquiátrico, la idea no prosperó.

D’Amico (Buenos Aires, 1933-2001) se destacó por su compromiso con las realidades sociales y culturales de Argentina. Su trabajo fotográfico se centró en comunidades marginales, como los indios mapuches y las villas miserias, así como en el universo de un hospital para enfermos mentales. También investigó fotográficamente a las Madres de Mayo, que buscaban a sus hijos desaparecidos durante la dictadura.

Siguiendo la herencia de D’Amico y Facio, entre 1982 y 1985, el fotógrafo Eduardo Gil se dedicó a documentar la vida de los internos del Borda en Buenos Aires, donde desarrolló un taller de fotografía en el que capturó más de mil imágenes que reflejaban la realidad de los pacientes, alejándose de las representaciones convencionales.

El proyecto de Gil en el Borda se inició mientras impartía un curso en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Durante dos años y medio, el fotógrafo creó una serie de retratos directos de los internos, sin manipulación, que comenzó a exhibir tanto en Argentina como en el extranjero. Esta serie es significativa en su obra, ya que marca el inicio de un proyecto de largo aliento que culminó con el libro (argentina), una metáfora de la sociedad argentina posdictadura.

Además, en el La serie también incluyó capturas en eventos en el hospital, como celebraciones donde los internos se disfrazaban, creando escenas surrealistas y que, junto con los retratos, ofrecen una visión íntima y poética de la vida en el lugar.

El trabajo de Gil ha sido reconocido internacionalmente y sus obras forman parte de colecciones permanentes en museos de todo el mundo, incluyendo el Museo Moderno de Buenos Aires y el Museo de Bellas Artes de Houston.

Fuente: telam

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