Sábado 7 de Septiembre de 2024

27/07/2024

El inventario de mi vida, un largo y sinuoso camino de lector a escritor

Fuente: telam

El autor de “Las cosas que empecé de grande” cuenta aquí una desafiante travesía plena de avatares que lo condujo a la publicación de su tercer libro, al que irónicamente llamaba “mesa de saldos”

>En febrero de 2023, me junté con el escritor Leo Oyola a terminar de escribir un libro nuevo. Era sobre los años más difíciles de mi banda Ella es tan cargosa, y Leo, mi editor, quería ponerle “Los Gallagher”. Todavía no me animo a mostrárselo a nadie, y aún permanece inédito. Esa tarde, en un bar de Scalabrini Ortiz, antes de empezar a trabajar, Leo separó tres relatos.

Uno era un texto sobre mi tortuosa experiencia en el taller que dictaron en el 2002 Juan Forn y Guillermo Saccomanno en Barrio Norte; otro hablaba de una linda historia con mi vecino de Castelar, el escritor Eduardo Sacheri; el tercero era un retrato de la poeta de Hurlingham, mi amiga Moni Hoqui.

Al poco tiempo, la editora de La Crujía, Sabrina Sosa, me citó en un bar de Plaza Italia. Quería que escribiera un libro para la serie Ser escritor. Me acordé de Leo, y me gustó la coincidencia. De paso, dejaba enfriar otro libro doloroso en donde me exponía demasiado, y empezaba a pensar en cuestiones más placenteras y luminosas.

Leí a Stephen King, y el libro se me fue armando en la cabeza.

Otra regla. Si escribía sobre algún libro trascendente, lo releía y tomaba notas. No se me podía escapar nada. Era como abrir libros troquelados. No solo porque entre las páginas aparecían volantes de época –remiserías y locutorios, tickets con precios inentendibles que habían sido señaladores-; volvían pedazos de vida.

En una hoja oficio fui anotando los relatos que tenía, y los que había que escribir, ordenados cronológicamente. Pensé en cuatro etapas. Los ochenta en Castelar. Los noventa, cuando me fui a vivir solo a un departamento en Ituzaingó y estallé como lector. La tercera fue con el comienzo de siglo, año dos mil, Castelar sur, años proustianos, Alicia Dujovne Ortiz me apadrina en un curso de “En busca del tiempo perdido” y me vuelco a escribir torrencialmente. Me anoto en talleres zonales, mientras en paralelo armo Ella es tan Cargosa y el país se encamina a su crash más triste y poderoso.

Durante esa década escribo mucho, doy a luz tres novelas y unos cincuenta relatos. A mi modo de ver, escribo una ficción poco sólida, me doy cuenta porque brilla en los talleres de Morón e Ituzaingó, pero es triturada apenas cruzo la General Paz y choca con talleristas de renombre.

Mientras escribía Las cosas que empecé de grande, al que Leo y yo queríamos llamar Mesa de saldos, por un relato en donde hablo de la novela La playa, de Cesare Pavese, nos escribíamos por Whatsapp. Me pedía cosas puntuales.

—Escribí sobre tus marcas en los libros a través de los años.

En un meet que metimos una mañana calurosa de comienzos de año, tragando saliva, porque estoy seguro de que le dolió decírmelo, me sugirió que la ficción no entrara en este libro. Mejor dejarla para otro, Rodri, otro que sea todo de ficción, se nota mucho el cambio de registro, me dijo Leo, escritor premiado de ficción. Seguro sabe de lo que habla, pensé. Acepté con toda la humildad y comprensión que quizás me falte en otros órdenes de la vida.

El libro llegó a La Crujía. La editora, Rusa Hernández, cuando creíamos que estaba todo cerradito, me marcó muchas cosas más. Tragué saliva. Abrí el mail. Se me movió el corazón. Tenía razón en casi todo lo que me decía. Gracias a todas sus marcas y cuestionamientos, el libro crecía. Me tomé unos días. Me senté y lo terminé.

Fuente: telam

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